Viaje a Tanmul, el corazón del monte de Yaxcopoil.
- Ángel Uicab
- 7 mar 2019
- 6 Min. de lectura
O las peripecias de un grupo de aventureros para encontrar Akan´nah, La casa de la oscuridad.

1
El domingo nos recibió con una mañana fresca, el cielo estaba completamente tapizado de nubes; pintaba un buen día para la excursión.
Jorge, Nacho, Alex y Andy (el equipo de Somos Umanenses) llegaron alrededor de las 9:30; mi esposa Wendy y yo esperábamos un tanto desesperados. Intercambiamos saludos, apretones de manos y nos decidimos a iniciar el viaje. A esa hora los rayos del sol ya empezaban a colarse a través del manto nuboso.

Primero llegamos al sitio donde se encontraba la piedra labrada que semanas antes había encontrado; caminamos casi kilómetro y medio para llegar hasta allí. La piedra mide unos 50cms de alto por 20cms de ancho y unos 25cms de fondo, lo particular es que tenía una especie de grabado: una columna dividida en tres partes cuadradas y en medio de cada una de ellas un punto. “Parece una ficha de dominó.”, dijo Andy; “A mí me parece que significa el número tres.”, agregó Alex. Así discutimos por un rato lo que podría significar la figura labrada en la roca. Hasta ahí todo iba bien.
Luego seguimos el recorrido para tratar de encontrar Tanmul, un cerro que mide unos doce metros de altura. Se presume que era el edificio principal del sitio arqueológico del mismo nombre.
Caminamos casi una hora sin dar con el cerro. El sol estaba ya en el cenit castigando a todo aquel que estuviera bajo sus rayos. Ya habían transcurrido por lo menos tres horas desde que iniciamos el viaje, en los recipientes quedaba poca agua. Todos nos veíamos cansados, desanimados. “Y si mejor volvemos otro día.”, dijo Jorge un poco resignado; los demás asintieron.
Me sentí culpable, el recorrido no podía terminar de esa forma. ¿Los había traído para nada, solo a sufrir las inclemencias del calor? No. Así que tomé una decisión, les dije que me esperaran bajo la escasa sombra de un árbol mientras yo me aventuraba en lo más profundo del monte para tratar de hallar Tanmul.
Primero subí a un árbol para ubicarme, el cerro se divisaba a unos 500 metros. Bajé lo más rápido que pude para dirigirme hacía allí. No me importaron los rasguños de la maleza ni tropezarme una y otra vez con rocas y ramas; fui lo más rápido que pude. En el camino encontré varios montículos que medían de uno a tres metros de altura en los que sobresalían piedras labradas en formas rectangulares y cilíndricas, supuse que en otra época eran edificios menores. Seguí mi camino hasta que me encontré de frente con un montículo de unos cinco metros de altura, en un costado sobresalía un muro que se había fusionado con las raíces de un álamo, lo único que quedaba de lo que en su tiempo fue otro edificio de mediana estatura. “No es Tanmul, pero esto lo tienen que ver los demás.”, pensé; así que me dirigí a su encuentro.
“Lo encontré”, les dije. Los rostros recuperaron el ánimo. De nuevo las sonrisas. Volvieron las bromas y las conversaciones triviales. “Así como estamos yendo en fila india, imagínense que uno a uno vayamos desapareciendo como pasa en las películas de terror.”, dijo Nacho; todos reímos. Salimos del sendero para entrar a la maleza. Cometí el error de no marcar el camino, pero sabía que era por ahí, derecho; y así nos fuimos. Por azares del destino encontramos nada más y nada menos que Tanmul.
Llegamos a los pies de Tanmul, las sonrisas se mezclaban con el sudor de los rostros. Era impresionante ver a ese gigante de casi doce metros alzarse desde donde estábamos parados. Subimos con un poco de dificultad por la inclinación del cerro. Cuando estábamos llegando a la cima un par de zopilotes que descansaban en las matas de chakah (palo mulato) alzaron el vuelo. En los troncos de las matas había nombres grabados de los que habían llegado allí anteriormente. En el centro había un hundimiento de lo que pudo ser una especie de bóveda.
La vista desde arriba era sorprendente, a lo lejos se veía el depósito de agua de Yaxcopoil y la chimenea de la hacienda. En otra dirección, se veía otra chimenea, posiblemente de Pebá. Más atrás se divisaban la serranía, Ticul (El lugar de los cerros) probablemente. Y kilómetros y kilómetros de monte verde en todas las direcciones.
“Cuando estén arriba de Tanmul van a encontrar fácilmente Las casitas (Es así como los lugareños conocemos Akan´nah). Las van a reconocer por el álamo más verde que vean.”, nos habían dicho. Mala suerte, en esta época los álamos ya habían tirado sus hojas. Yaxcopoil, El lugar de los álamos verdes (por su significado en maya); donde los álamos habían perdido sus hojas y su color. Nueva decepción.
Alrededor del cerro se podían ver entre cuatro o cinco montículos de menor tamaño, de unos dos a cuatro metros de altura. “Hacia allí nos vamos a dirigir.”, dije apuntando a los cerros más cercanos, “Luego seguimos la albarrada para dirigirnos al camino de Pebá. Es una suerte si encontramos Akan´nah.”.
Seguimos la ruta, llegamos a los cerros. Descansamos un rato bajo la sombra de los árboles y platicamos sobre la basura que no perdona ni a los montes: bolsas de frituras y de galletas, latas de cerveza por todos lados, envases de refresco, cajetillas de cigarro… Wendy se veía notablemente cansada, tenía el rostro rojo como tomate y los labios secos; se nos había acabado el agua. Me lamenté de haberla arrastrado a esta aventura que se había vuelto tortuosa.
Dimos un respiro y reiniciamos el recorrido, aún quedaba mucho por andar. Eran cerca de las dos de la tarde, el sol no mostraba piedad; el cielo era completamente azul. A unos metros encontramos una gran piedra rectangular que medía cerca de metro y medio de largo por sesenta centímetros de ancho y unos quince de alto. Más adelante encontramos una pileta labrada en roca y, más piedras labradas que ya formaban parte de la albarrada.
Caminamos doscientos metros más y frente a nosotros se alzaba un montículo de unos tres metros de alto. Subimos, algo me decía que lo habíamos logrado. En la cima lo primero que vimos fue un álamo con las raíces fuertemente abrazadas a un muro. “Creo que hemos llegado a Las casitas.”, dije. Le dimos la vuelta al muro y nos fijamos que era parte de una bóveda en ruinas. Efectivamente, habíamos encontrado Akan´nah, la emoción se apoderaba de cada uno de nosotros. Detrás de la bóveda había otra construcción, el techo y el muro estaban semi caídos, pero se veía más completa. Entramos con mucho respeto, sabedores de las historias y advertencias de los mayores. Ahí dentro era muy fresco; agradecimos después de haber dado tantas vueltas bajo el sol. En las paredes se podían ver manchas del color original: rojo y azul maya. También se notaba que habían arrancado varias piedras de los muros. A un costado y detrás quedaba solo ruinas de otras piezas, tal vez bóvedas.

En el montículo de junto encontramos lo que pudo haber sido un pasillo, de él solo quedaba una especie de túnel que atravesaba de lado a lado. Medía como 80cms de alto y lo mismo de ancho, y 3 metros de largo. Logramos entrar a gachas, con miedo de que alguna serpiente u otro animal se encontrara ahí adentro.
El equipo de Somos Umanenses capturaba todo con su cámara, pues para eso habíamos ido, para documentar y dar a conocer parte de nuestra historia; para no dejarla en olvido ni permitir que muera. Lo lamentable es que al parecer son los últimos años de Akan´nah, que pronto colapsaría y se convertiría en un cerro más en el monte de Yaxcopoil. Por eso era tan importante el viaje y no importaba cuántos kilómetros u horas hayamos caminado bajo el sol.
2
Estoy en lo más alto del montículo, Akan´nah está a unos cuantos metros. Veo las rocas una a una ocupando su sitio original; se forman escalinatas, columnas, bóvedas, arcos mayas. Una calzada empedrada se extiende a cientos de metros, a un costado se distingue un juego de pelota. El sonido de la caracola y de los tunkules llenan el ambiente. Volteo, Tanmul es un gigante que se alza en todo su esplendor, parece que el sol se posa en la cima de su bóveda, como si fuera un dios a punto de entrar en su templo. De los edificios salen hilillos de humo que llegan hasta las nubes. Giro a mi derecha y Akan´nah. La casa de la oscuridad está completamente reconstruida. Desde dentro se escuchan rezos en un lenguaje tan antiguo como las piedras, el maya; el fuego de las antorchas baila en mis ojos, hipnotizándome.
La voz de mi esposa me devuelve a la realidad: “Amor, ya tenemos que irnos”. La antigua ciudad es engullida de nuevo por el monte. Los demás esperan cansados, pero visiblemente contentos.

3
Escribo esto un día después, con los recuerdos aún frescos. Sin importar la cara quemada por el sol ni los brazos arañados por la maleza; sin importar las ronchas ni la urticaria a causa del contacto con el popox (ortiga). Eso sí con la mayor parte del cuerpo molido, como deben de estarlo todos. No me quejo, fue una aventura de esas, las que valen mucho la pena.
Ángel Uicab
Lunes 04 de marzo de 2019
Yaxcopoil, Umán.
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